lunes, 13 de abril de 2009

ZP AL DESNUDO



Tiffauges, que últimamente me aprovisiona de libros sublimes sobre el Poder en la antigua Roma (el HELIOGABALO de Artaud, las MEDITACIONES de Marco Aurelio...), me ha pasado, tal vez forzando el contraste, EL PENSAMIENTO EXCENTRICO, una pesquisa sobre las raíces ideoilógicas de ZP firmada por Ernesto Milá (el superfascista español, sujeto inflado en su momento por el hipócrita amarillismo antifa –esa misma bilis que, como se vio con la trama GAL, con una mano se rasga las vestiduras y con otra emplea en cloacas de Inteligencia a sus presuntas piedras de escándalo- y por las propias limitaciones del mundillo nacional español, espacio político en el que durante años detentó la siempre dudosa condición de tuerto entre los ciegos hasta que fenómenos posteriores, en buena parte emanados de la saga basista, comenzaron a hacerle la higa y a volar solitos con sus propias y heréticas parafilias ideológicas -proiraníes, procamboyanas, probolivarianas o proabertzales-).

Desde la atalaya ética del emperador estoico, la mística decadente a la par que creativa de Heliogábalo choca con sangrante patetismo pero sincera al fin, bordeando la locura, presagio especular de su glosador muchos siglos después, el Antonino Impío que se cegó para siempre a la luz de los tarahumaras (nadando y ahogándose –sin ese pragmático y venal guardar la ropa de Castaneda, gurú de quienes no se merecen la iluminación-). Cualquier parecido del andrógino enamorado del Sol con ZP sólo puede amagarse en clave de antiutópica farsa.

Zapatero, en la investigación de Milá (quien, desde su dominio –entre lo diletante/vocacional y lo alimenticio/policial- de la cosa esotérica, es de justicia reconocerlo, parece dar no poco en el clavo con nuestro Mr Bean), queda reafirmado como el estereotipo que ya anticiparon intuiciones shadowliners: criatura anticrística, apoteosis del pensiero no ya debole sino castrato (la misma entrópica intención spielbergiana que alumbró a Forrest Gump como mesías New Age, hoy mueve al calimérico golem ZP), weimariano terminal, profanador de impulsos místicos que (bajo su dulzón aliento de afrutada pochez) se agostan en meras pedorretas de onusino cinismo de autoayuda (¿qué tendrán las organizaciones internacionales que queman tanto a los espíritus libres y soberanos que han trabajado para ellas –pienso en Céline o en Aquilino Duque, vueltos, tras su paso por tales organizaciones, aún más incorrectos, más incorregibles-?), buscando apóstoles entre las mariconas escapistas (las que, rehenes irresponsables de la verborrea multiculturalista –si por lo menos asumiesen las rudezas del Tercer Mundo con la alegría sadomaso con que Foucault las aplaudió en su momento, tendría un mínimo de sentido-, siguen sin tragar el implacablemente lúcido pragmatismo –para las prioridades gays, al menos: ese solipsismo hedonista de “mi estilo de vida lo primero”- de Pim Fortuyn), entre los aspirantes a Philip J. Fry (siempre alguna chiripa digna de Matt Groening les ayudará a pasar el mal trago de un futuro problemático –he ahí su credo amblíope de cortoplacistas al microsegundo-) y entre las petardas adictas a cuotas y paridades (desde las que descargarse torticeramente de su propia nulidad).

Milá, fiel a su chato neofascismo evoliano inasequible a toda evolución y autoanálisis (una cosa es Evola como detonante –imprescindible, sí, pero en absoluto único- para incentivar las neuronas de una Revolución Conservadora en discurso abierto y otra, muy distinta, los evolianos amigos de dormirse en los abonados laureles de la vulgata pseudogibelina, vulgata, al cabo, sólo destinada a retórica mamporrera de arbitrariedades obsoletamente proatlantistas-), descalifica demasiado, tomando algunos rábanos por las hojas. Gaia como clave última de Lo Sacro o la reivindicación de Lo Femenino no es cuestión de chiste, tan sólo porque cierto spam con ínfulas metafísicas haya jugado a ello. Incluso, por esa regla de tres, algunas reflexiones de Jünger (escritos como LA PAZ o EL ESTADO MUNDIAL o la extraordinaria figura de Budur Peri en HELIOPOLIS) podrían considerarse acordes con algunas de las tachas que se le reprochan a ZP en el libro. Personalmente, el Orden Mundial (el equilibrio que buscaba Nixon en su apertura a China y la URSS iba en esa dirección –como, mucho antes, la Idea de Rathenau de conciliar geopolíticamente una tecnocracia germana con la revolución bolchevique-), la valoración de Lo Femenino, la sacralización de Gaia, y hasta temas como la masonería o la visión de figuras (más terminales que germinales) como Alice Ann Bailey o Krishnamurti (cuyo sentido último, dada su condición biodegradable dentro de lo esotérico, tiene que ver más con los medios que con los fines –estoy pensando en la diferencia abismal de idiosincrasia e intenciones entre el idiota ZP retratado por Milá y, por ejemplo, el antiidiota Mario Conde-) no me parecen asuntos nocivos per se (remachando el anterior paréntesis, siempre el viejo adagio transversal -¡tan practicado por Sorel en su devenir sin anteojeras!- sobre la íntima relación entre medicina y veneno, dependiendo de la dosis y del modo de aplicación).

Lo malo es el meollo (un meollo, como veremos, en el que se mueven con igual soltura tanto ZP como sus presuntos adversarios), la dinámica anunciada por Spengler de una civilización enamorada de sus metástasis: el espectáculo (cuyo triunfo postmoderno acabaría por llevarse al hoyo a Guy Debord -y que aquí se ejemplifica de la manera más literal, desfachatada y explícita en el apoyo pesebrista a ZP por el clan de los comicastros, apoyo bienpagao hasta extremos de corte goyesca con la promoción de figuras como la cineasta de campaña Isabel Coixet o, aún más, la flamante ministra Angeles González Sinde-), el periodismo (tan agudamente radiografiado por Lassalle en su DISCURSO RENANO y por Karl Kraus en muchas de sus flamígeras páginas –y que aquí se radiografía hasta lo pornográfico en el wrestling dialéctico de las tertulias políticas encrespadas en las formas y tongadas en el tuétano como deja entrever ocasionalmente el común anticlímax de tirios y troyanos ante las salidas de tono de un intempestivo, por anacrónico y futurible a un tiempo, Juan Manuel de Prada; en la vinculación de nombres como Mercedes Milá a la más antiutópica telebasura; o en esa grotesca liason durante años de la eclesial COPE con Alaska y Vaquerizo, liason que de seguro habría concitado por su cínica inconsecuencia la asqueada atención del ya mentado Kraus y habría acelerado su defección en su fugaz paso por las filas católicas-) y lo virtual (toda esa enfermiza glorificación de los espejismos creados por ordenador y del simulacro panóptico propiciado por unos media cada día más encanallados: desde la mercenaria fijación -a sueldo y propuesta de INTERVIU, recuérdese- del integérrimo pensador Gustavo Bueno sobre GH –que, junto con la presencia de la Milá, se ha usado como justificante de tamaño engendro televisivo contra quienes lo consideramos una pura aberración mediático/policial, digna heredera de aquella FAMILIA que Bradbury describía en su pesadilla FARENHEIT 451- o el culebrón británico a cuenta de la difunta vacaburra Jade Goody hasta la ciberdemagogia perpetrada por tantos mojamutos planteando apologías de algo que, en sí, extrapolado de la anécdota a la categoría, tiene más de entropía alienante que de alternativa liberadora), una civilización pasiva hasta el último estertor, que pretende usar como coartadas burdas vulgarizaciones de impulsos e intuiciones infinitamente más complejas y válidas.

Si, como ya dije, hubo una perfecta sintonía, por razones de decadencia gloriosa, entre Heliogábalo y el autor de su más aguda semblanza, Antonin Artaud, también la hay, pero de un modo más romo y deprimente, entre los formalmente antagónicos ZP y Milá: ambos son buenas muestras de una mediocridad con ínfulas de grandeza, ambos se hallan más cerca del buscavidas travestido de héroe y/o mártir que del combatiente suicida (esto es, en las antípodas de esta frase de Marco Aurelio –común, a su manera, también a la etopeya de Heliogábalo-: "La perfección de las costumbres consiste en vivir cada día como si fuera el último"), y en ambas trayectorias no son infrecuentes las sórdidas oscuridades siempre justificadas, en su desinformación, por mor a un deber superior (aquello leninista de el fin justifica los medios sólo que sin un fin mínimamente justificable –un fin que trascienda el puro pajerismo aventurero a lo quiet american, en el caso de Milá, o la más ramplonamente obscena exhibición de buena conciencia, en el caso de Zapatero-).

1 comentario:

VOIVODA dijo...

VOIVODA(ex GOTIGOTI)
La España moderna:ópera bufa,reino de la máscara aderezado con una jovialidad esterilizante. Si al menos al terminar la representación estuviesen esperando Marat y Robespierre.
Y hablando de ejecuciones,¿por qué no empezar con esa plaga biblica de hoja perenne,el tandém Milá-Sardá?