viernes, 1 de junio de 2012

a Esther, en calidad de reenvío



"O neuronas
o alegría:
no se puede tener tó"
(inédito -presunto- de Juan de Mairena)


El doctor Lecter, mostrándome su flambeado de sesitos de Ray Liotta, me tienta una vez más con su:

-¿Qué darías por ser un poco menos estupendo (= héroe, santo, virgen, mártir = robinsónico payaso de las bofetadas, si quitamos la cursiva) y un algo más... feliz?
 -¿No es posible ser feliz sin babear, sin abdicar de la condición crítica, sin empalagarse de aquiescencia? ¿Y, ya puestos, sin ese envenenado envoltorio en cursiva?

Ray Liotta, con el cráneo abierto y la mirada estulta, me restriega por las narices su batín de cárdena seda y su pipa de pompas de jabón, a lo Bud Bundy jugando a Hugh Heffner.

-No estarás solo. Tu mal fario en las distancias cortas desaparecerá.
-Estaré peor: solo en compañía de otr@s.
-Pero...

Y muestra (con una brillante sonrisa de vendedor de coches usados) su bisturí hurgando en el coco (cada vez más huero) de Ray Liotta.

-...ya no tendrás consciencia de ello.
-Claro, estimado doctor, y he ahí lo más horrible.

Ya ves, Esther, momentáneamente enajenado ante el dulce destino de Lupo y ante las imágenes más tórridas que empapan el templo (y de las cuales, por desgracia, yo nunca seré numen), intenté rebelarme contra tu lúcido poemita: en vano, una vez más tenías razón. El peso de SER en ocasiones se hace casi insoportable pero (como habría dicho Ayn Rand parafraseando a cierto presidente al que odiaba), qué demonios, es NUESTRO peso.