lunes, 7 de diciembre de 2009

KIPPEL




[Detonante de esta entrada (iniciada e interrumpida en la primera mitad de septiembre): el pete definitivo de la cisterna de mi wc, tras años de parches, una tarde mediando el pasado agosto. Acicate para continuarla: la relectura de Céline, en la que llevo inmerso desde noviembre. Y oportunísimo colofón/puntilla: el visionado, pocas horas antes de colgar esto, de GREY GARDENS, un desasosegador documental que me dejó Charlie, donde el kippel brilla esplendoroso en su espejo negro y (en un caserón desvencijado, entre mareas de carne no ya trémula sino hasta gelatinosa, gatos y mapaches deambulando como rampantes okupas, paredes que se caen a pedazos, frondas bröntianas con el proceloso mar al fondo, patinadas fotos de antiguos esplendores, glamouroso desbarajuste, voces desquiciadas entre la prosa y el canto, camas llenas de restos -de comida, de kleenex, de líquidos sin identificar, de ropas, de revistas, de libros, de medicinas, de cremas y perfumes-: un agridulce bocado de realidad prima hermana de ciertas ficciones -SUNSET BOULEVARD, ¿QUE FUE DE BABY JANE?-) me trae ecos atronadores de los momentos más hedionda y gozosamente bizarros de mi anómala infancia (recordándome que kippel y karma comparten no sólo la inicial sino también el significado último, inexorable)]

¿Vivo en? una caravana disfrazada de tercer piso (no es metáfora miserabilista: ahí su estrechez, su planta corrida, su proa –la habitación que da a la calle, donde tecleo, navego, veo la tv y como- y su popa –la cocina con vistas al patio y el aseo/zulo sin salida exterior alguna-, del tamaño aproximado de un autocar al que sólo le faltasen las ruedas y el motor, vehículo varado que no va a ninguna parte –qué imagen más kippel-). Me identifico con el JF Sebastian de BLADE RUNNER aunque también envidio su entorno kippel, mucho más gothámico y suntuoso que mi diminuto cubil. También me identifico (pero en menor medida, por aquello de no sentirme ni ser considerado por los demás como débil mental –mentalmente anómalo, incluso un tanto teratológico, vale, pero de ahí a lelo...-) con el JF Sebastian de la novela de Dick. Especialmente por el kippel. Especialmente.

Y me pongo en el pellejo de esos ineptos personajes ballardianos, intentando sobrevivir en escenarios post/apocalípticos donde todo se descompone entre humedades, ardores climáticos, regresiones a un futuro salvaje y deseos/temores del momento final. Mis luchas suelen ser siempre con el agua (justo esa semana de agosto me leía EL MUNDO SUMERGIDO que me regaló Dildo –la lectura ad hoc para sobrellevar un pete de cisterna-): caída del techo del aseo por humedades del piso de arriba allá por el 2001, mi 11S particular (humedades reproducidas cada dos o tres años aunque sin el cataclismo de esa primera vez), goteos de grifos y de cisterna, atascos en fregadero, lavabo y poliban... Había logrado sobrevivir hasta el momento entre arreglos pagados por el seguro de la comunidad y/o del propietario del otro piso, así como recurriendo a un fontanero del barrio (de aspecto tan cochambrosamente kippelizado –supongo que debía de tener más o menos la edad del centenario inmueble- como eficaz dentro de lo extremadamente económico de sus servicios). Pero este providencial operario se lesionó y jubiló hará cosa de dos años. No tuve más remedio que recurrir a las páginas amarillas para remediar un atasco monumental de fregadero y lavabo: el palo fue tal que no volveré a recurrir a un fontanero hasta que las ranas críen permanén. He conseguido resolver los atascos del fregadero echando la mayor parte del agua sucia en un balde y luego vertiéndola por el retrete, usando filtros de rejilla para que no se cuelen partículas excesivamente gruesas (especialmente cuando pongo la lavadora y suelen expulsarse restos de hilos o de lana), y siguiendo un truco que me dio el fontanero último, llenar las dos cubetas a la vez y vaciarlas de golpe (recurso que reconozco como bastante efectivo). En cuanto a los atascos de ducha y lavabo, parece que he hallado la solución final: una mezcla hirviente de agua y lejía al 40 %. Pero la cisterna, tras funcionar con cierta corrección durante un par de semanas con obturador nuevo, volvió a gotear, supongo que exigiendo un cambio de sifón. Si uno fuese ducho en bricotareas, no debe de ser muy difícil ni caro instalar un sifón nuevo comprado en los chinos, pero el problema es que (más allá de mis dotes culinarias –¡siempre in crescendo!-) mi habilidad para las chapuzas caseras es prácticamente nula (ahora ya, irremisible, con la vista más y más cansada, las molestias en la cadera que me impiden acuclillarme por los rincones a la caza de averías y la cabeza un poco ida para los detalles –como el Cliff Robertson de CHARLY, me auto/rescato cotidianamente del marasmo a base de notitas que remedien mi despiste-).

Con la pérdida (me da que definitiva) de casi todos mis ahorros por la intervención de AFINSA en el 2005, pasé (dentro de mi condición -casi continua desde el 86- de desahuciado civil, de bruja cazada por los profesionales del ramo) de ser rentista forzosamente prejubilado (los libros, la música, los artículos hacía ya mucho que dejaron de constituir el espinazo de mis ganancias –cuando vivía con mis familiares, al no tener que pagar teléfono, luz y comida, podía permitirme, aparte la cautela de la inversión, con lo que acumulé en mi cuarto de hora fastuoso con LA MODE y mis ocupaciones asalariadas en el ABC y la RNE de los 80, dispendios como el cuarto de millón de pesetas nunca recuperado en la aventura corazonesca o, años antes, el millón también tirado al sumidero con el grupo PROYECTO BRONWYN-) a pura y dura basura blanca. Siempre me había sentido un punto cercano a Céline (nuestra común querencia por los misterios de María y Amaranta, esa pulsión nacionalcomunista y/o montagnard extrema –que él sintió de siempre y yo, cada vez más, a partir de los 90-, el demonio de la perversidad –que a mi tocayo le llevó a su gran pecado de los pamphlets y a mí a los míos del spot de FE/JONS en el 86 y al ya citado y no menos nefando PROYECTO BRONWYN-, la falta de sociabilidad y de dotes para el paripé y la diplomacia, la irritación –para muchos envidia- por el agravio comparativo de que la calidad propia se vea preterida por la viveza del mediocre más acomodaticio y/o políticamente correcto y, last but not least, la carencia de adicciones respetadas por el gran público –quien siempre tragará o perdonará toda salida de tono, toda actuación intempestiva, si se le da un buen, y a ser posible, largo espectáculo de agonía heroinómana o de funambulismo sin red sobre los arduos roquedales del coma etílico: pero si en vez de alcohol o de jaco lo más aproximado a una adicción es el autoerotismo, la lectura, el gusto por la música y el cine, amigo, entonces no hay compasión, derechitos de cabeza al Tribunal Internacional por crímenes contra la Humanidad, esa mala puta que nadie ha visto jamás y a cuyo son se nos obliga a bailar desde hace tiempo-) pero en los últimos años esos lamentos de fin de partida que dan paso al trance estigio descrito en DE UN CASTILLO A OTRO se me hacen más y más propios (a medida, supongo, que nuestras edades y miserias materiales comienzan a confundirse). Y, por supuesto, las acusaciones (tan bien destacadas en la biografía de Bardèche, cuñado de un Brasillach mártir al que reivindica en pasiva a costa de buscarle los tres pies a las siete vidas del gato celiniano –el que dicho mártir hubiese sustentado la ideología que lo llevó a la muerte en la apetencia que le producían las musculadas pantorrillas de los jovenes hitlerianos eso, claro, lo escamotea Bardèche: toda la parafilia, el sesgo perverso, la caca sexual, para LFC, superviviente, y, por tanto, comedor de los pecados de todo cristo-) de que tampoco es para tanto, de que ya vale de quejarse, de que a fin de cuentas uno sigue vivo y tampoco está bajo un puente pasando fríos y calamidades... Los mandarines del canon, todos vinculados y/o pesebristas del partido que me viene puteando de mil maneras desde el 86 (con la dudosa autoridad moral para tal puteo que da el que esas siglas que yo, imbécil de mí, apoyé aquel fatídico junio estaban siendo usadas bajo mano por el PSOE en Euskalherría dentro del subsuelo inmundo de la trama GAL –y justo cuando me enteré de tales lazos en octubre de ese mismo año, con las elecciones vascas, cuando un falangista me dijo muy ufano y con sonrisa de zorro que FE/JONS iba a votar útil a Damborenea, rompí y esa ruptura supuso mi paulatino y no menos estéril acercamiento al CDS-), que no me vengan con historias cuando, si no fuese por los regalos y préstamos de los amigos y por lo que exprimo a ese ADSL que mis buenos euros me cuesta cada mes (descabalando no poco una economía ya de mera subsistencia –donde, desde el 2007, los gastos se van imponiendo a los ingresos en cada balance anual-), mi adquisición de nuevos bienes culturales sería cero (como dije hace un par de meses en la tertulia santoñesa de PIEL DE LOBO, que Teddy Bautista o Ramoncín me paguen una pensión vitalicia para adquirir cds, dvds o libros y entonces hablamos). Por otra parte, desde la banda derecha, los antiguos afines también dan caña por no aceptar el fraude del encuadramiento en que ellos persisten o que subliman/maquillan/travisten con picarescas entre pseudoanarcas y hayekianas orbitando en torno a tal o cual gurú más o menos cínico, más o menos ingenioso, más o menos faltón, pero impepinablemente P-L-U-T-O-L-A-T-R-A: ignoro hasta qué punto son válidas las recriminaciones contra mi tocayo por sus exabruptos contra el fascio francés y el ocupante alemán entendidos como bluff pero, en mi caso, todo aquello que me hizo perder la FE en gentes que consideraba idealistas y ejemplos vivos de Etica y Estilo (ese constante proxenetismo de vivir de sus ideales como de un puticlub de carretera –a mí la política sólo me ha traído merma en los caudales por vetos, por aventuras a fondo perdido o por pago de cuotas pero NUNCA lucro: con las ideas siempre he sido más Quijote que macarra- que les llevó a actuar como ratas a sueldo de las cloacas represivas de Interior o cobrando de Villapalos en la Complutense o en la Comunidad, o el hediondo escándalo del diario YA de Rodríguez Menéndez a cuenta de las grimosas parrandas de Pedro Jota, o lo de los clubs de alterne de cierto prohombre de la galaxia azul levantina -la metáfora del puticlub llevada del dicho al hecho-, o las mil sórdidas peripecias de Anacleto Milá...), todo aquello, digo, sigue siendo indiscutiblemente REAL.

Sí, el kippel es esa creciente disolución del mundo material a nuestro alrededor que sólo podemos tener la pretensión de aliviar si accedemos a depender de alguien a costa del propio Ser, a costa de abdicar de la VOLUNTAD (como en aquel patético final de la novela azoriniana), a costa de afeitar la cuerna de nuestra condición anómala para volvernos lorito real, máscota exótica pero cómodamente vacua, degradando la esencia intolerable de nuestra otredad en inofensivo ornato. Y, al final, ¿para qué? Uno es como es. Tratar de sacarle peras al olmo es convertir la intimidad en tedioso cul de sac. Fuera del Pensamiento y de la Palabra (entendidos como Categorías y no como accesorios más o menos funcionales), mi carne es del todo I-N-U-T-I-L, A-B-U-R-R-I-D-A, I-N-E-P-T-A: no me gustan los deportes ni como participante activo (cada vez que he procurado adaptarme a la pulsión gimkánica de alguien he acabado con lesiones crónicas o al borde de la pulmonía) ni como espectador (incluidos los sexuales: en cuanto el mimo, el beso o la caricia -el devorarse, que diría Céline- se vuelven proeza física, máquina de pistones, martillo hidráulico, músculos sudorosos y en tensión, mi atención se dispersa automáticamente hacia la primera mota de polvo que se cruza en mi retina), suelo hacer mal papel en fiestas y recepciones (cuanto más filisteas, peor papel), no soy la compañía ideal para ir de compras (salvo que los intereses coincidan –libros, música, cine o también delikatessen y artículos relacionados con la cocina-), y la noche entendida como maratón alonsomillanesco me agota sólo de imaginarla (en algunos momentos de mi vida, acompañando a aquel bebedor de trago interminable que fue –supongo que con el tiempo se habrá moderado- Antonio Zancajo o de la mano melusinesca de Tessa Duncan, recorrí tabernas bohemias y fantásticas y no me sentí a disgusto –pero eso es otro mundo: no es lo mismo Valle, Ramón, Solana o Sastre rodeados de lúcidos despojos y epígonos de Max Estrella que los burguesazos de Alonso Millán quemando la noche a la caza de monumentos y señoras estupendas-)

-->Al menos, JF Sebastian muere (entero, en su insignificancia autista) a manos de los dioses (de la sinuosa y bella Pris y del supremo Roy Batty). Y Céline, el monstruo, hasta en sus peores momentos, tuvo a su lado a esa Honeybunny de Lucette, amante y compañera a las duras y a las más duras, la otra mitad de su dúo infernal. Yo todavía aguardo la llegada de la Lucette que disfrute con mi mundo sin condiciones ni mermas, sin bloqueos ni disociaciones de Carne o de Palabra, dispuesta a tomarme por entero sin eufemismos ni letra pequeña (y, si no hay Lucette, pues al menos el adviento de la replicante traviesa y letal que alegre mis últimas horas antes de apuntillarme –quien dice replicante, dice el fotograma rojo que me arrebate más allá de la pausa-). Por el momento, aquí sigo, en pie (derramando lisura de nácar por donde paso –haw, haw, haw-), con la horda aullante, con Charlie y LA RULETA CHINA, con el rol mentor de Esther Peñas (que recoge el testigo de agente literario vocacional que fue para mí Eduardo Haro Ibars allá por los 80 y que no sólo promociona sino hasta defiende físicamente mi obra del expolio –otra situación muy celiniana que vivimos la pasada primavera cuando restos de edición de LA CANCION DEL AMOR corrían el peligro de acabar en el vertedero-), y procuro tozudamente ver el vaso medio lleno y minimizo las horas baixas con el anhelo adolescente (una de las indiscutibles ventajas de ser emocionalmente quinceañero pese a ir mediando la cincuentena –la desesperación como berrinche, nunca como viaje sin retorno: malaventurados los que maduran porque se ven desprovistos de esta defensa-) de que Lo Inalcanzable un día (de éstos, se entiende –no hablo ni mucho menos de resignación a lo trasmundano-) será tierra de abrazos y de empatía, de gozoso encuentro entre la Carne y la Palabra. Final esperanzador, qué menos (como corresponde a este tiempo de inminente Navidad).