lunes, 15 de enero de 2018

RELEYENDO A E.J.




«....Frases como "igualdad de derechos" son adaptaciones, pero se las usa tan sólo con la segunda intención de emplear la fuerza bruta. El mundo ha entrado en una fase en la que uno extrae provecho de la mala conciencia del otro. Ordeñadores de conciencias, una nueva profesión. De ella viven pueblos enteros, partidos, individuos, incluso filósofos...» 

(impresiones de su viaje por Angola en el 66 -PASADOS LOS SETENTA I-)




lunes, 1 de enero de 2018

LA CHICA DEL SOTANO



Una mañana, camino del apartado, en una de esas ventanas de sótano que caen a la altura de las rodillas atisbé una chica que dibujaba algo sobre un gran tablero inclinado. Fue todo un flash, porque mi complejo de que me crean un acosador o un mirón me obliga siempre a adelantar a quien tengo mucho rato ante mí en el trayecto o a no detenerme a contemplar a alguien que me resulta interesante, como era el caso. Pero fue un flash muy denso por lo mucho que absorbieron mis pupilas: la estancia era acogedora, con algo de modernidad demodé (como de piso bien de película de los primeros 60 o de viñeta de Roberto Segura), acorde con los impulsos diseñadores de la dibujante. La edad de ella, indefinida pero luminosa, entre los veintimuchos y el umbral (un umbral muy bien llevado) de la cuarentena. Su rostro, pizpireto y melancólico a la vez, me hizo pensar a un tiempo en la Dorleac y en Elena Mª Tejeiro. Su pelo, con flequillo, tenía algo de yeyé, semicubierto por un algo estampado entre cinta y pañuelo. Dada la posición del tablero, no logré ver qué dibujaba (¿un patrón de moda? ¿una historieta? ¿un croquis de arquitectura?) pero su cigarrillo en la comisura remachaba su concentración. Me sentí huérfano de no ser su mascota (yo, que ya lo fui de alguien y acabé renegando de tal condición, ahora sí deseaba serlo de esta chica -porque intuía que ahora todo sería muy distinto, más hondo y apasionadamente neuronal-). 

Desde aquello, cuando vuelvo a hacer la ruta, al llegar a esa zona, miro de reojo a esas ventanas de sótano pero no se ha vuelto a repetir la escena y, además, por lo general, están vetadas al ojo del transeúnte por visillos o persianas. Hay momentos en que dudo si ese flash realmente lo contemplé o fue un sueño de esos tan reales que se me confunden en el recuerdo con momentos de la vigilia.

De pronto, en esta mañana de diciembre (de este diciembre lleno de altibajos anímicos -acordes con el clima-), leyendo las cartas de G.F. a L.C. y mirando el atestado cuarto en que hago casi toda mi vida no soñada, me ha dado un latigazo ciático de soledad en el corazón y me ha parecido tremendamente injusto no ser la mascota (humana, perruna, gatuna, incluso un loro kea nervioso y obsesivo) de la chica que dibujaba en el sótano.