martes, 23 de agosto de 2011

lunes, 15 de agosto de 2011

LA LIBERTAD PERFECTA

«Hay que esforzarse por concebir claramente la libertad perfecta, no con la esperanza de alcanzarla, sino con la esperanza de alcanzar una libertad menos imperfecta que nuestra condición actual, pues lo mejor no es concebible sino por lo perfecto. Sólo podemos dirigirnos hacia un ideal. El ideal es tan irrealizable como el sueño, pero, a diferencia del sueño, se relaciona con la realidad. Permite, como límite, ordenar situaciones reales o realizables desde el menor al más alto valor. La libertad perfecta no puede concebirse como si consistiera simplemente en la desaparición de esta necesidad cuya presión sufrimos perpetuamente. En tanto viva el hombre, es decir en tanto constituya un infinito fragmento de este universo implacable, la presión de la necesidad no se relajará jamás un solo instante. Un estado de cosas en el que el hombre tenga todo el gozo y también la menor cantidad de fatigas que quisiera no puede tener cabida, salvo como ficción, en el mundo en que vivimos. La naturaleza es, en verdad, más clemente o más severa para las necesidades humanas según los climas y quizá según las épocas, pero esperar la invención milagrosa que la tornaría clemente en todas partes y de una vez para siempre es casi tan poco razonable como las esperanzas puestas en otros tiempos en el año mil. Además, si se examina de cerca esta ficción no parece que ni siquiera valga la pena. Basta tener en cuenta la debilidad humana para comprender que una vida en la que la noción misma de trabajo hubiera casi desaparecido estaría librada a las pasiones y quizá a la locura. No hay dominio de sí sin disciplina y no hay otra fuente de disciplina para el hombre que el esfuerzo demandado por los obstáculos exteriores. Un pueblo de ociosos podría muy bien divertirse creándose obstáculos, ejercitarse en las ciencias, en las artes, en los juegos, pero los esfuerzos que proceden de la sola fantasía no constituyen para el hombre un medio de dominar sus propias fantasías. Son los obstáculos con que choca y que tiene que superar los que le proporcionan la ocasión de venderse a sí mismo. Aun las actividades en apariencia más libres -ciencia, arte, deportes-, sólo tienen valor en tanto imitan la exactitud, el rigor, la escrupulosidad propias del trabajo, y aun las exageran. Sin el modelo que les proporcionan sin saberlo el labrador, el herrero, el marino, que trabajan como es debido -para emplear una expresión de una ambigüedad admirable-, caerían en la pura arbitrariedad. La única libertad que se puede atribuir a la edad de oro es la que gozarían los niños si los padres no les impusieran reglas; en realidad no es más que una sumisión incondicionada al capricho. El cuerpo humano no puede en ningún caso dejar de depender del poderoso universo en el que está preso; aun cuando el hombre cesara de estar sometido a las cosas y a los otros hombres por las necesidades y los peligros, estaría aún más completamente librado a ellos por las emociones que conmoverían continuamente sus entrañas y de las que ninguna actividad regular lo defendería ya. Si se debiera entender por libertad la simple ausencia de toda necesidad, esta palabra carecería de toda significación concreta, pero no representaría para nosotros aquello cuya privación quita valor a la vida.» (SIMONE WEIL -fragmento de su REFLEXIONES SOBRE LAS CAUSAS DE LA LIBERTAD Y LA OPRESION SOCIAL-)


lunes, 1 de agosto de 2011

ANATHEMA SIT

«La jurisdicción de la Iglesia en materia de fe es positiva en la medida en que impone a la inteligencia una cierta disciplina de la atención. También en la medida en que le impide entrar en el dominio de los misterios, que le es extraño, y divagar en él.

Es completamente negativa cuando impide a la inteligencia, en la investigación de las verdades que le son propias, usar con libertad total la luz difundida en el alma por la contemplación amorosa. La libertad total en su dominio es esencial para la inteligencia. La inteligencia debe ejercerse con libertad total, o guardar silencio. En su dominio, la Iglesia no tiene ningún derecho de jurisdicción y, en consecuencia y de forma especial, todas las “definiciones” en las que se habla de pruebas son ilegítimas.

En la medida en que “Dios existe” es una proposición intelectual –pero solamente en esta medida- se la puede negar sin cometer ningún pecado contra la caridad ni contra la fe. (E incluso esta negación, hecha a título provisional, es una etapa necesaria en la investigación filosófica.)

 De hecho, hay desde el comienzo, o casi desde el comienzo, un malestar de la inteligencia en el cristianismo. Este malestar es debido a la forma en que la Iglesia ha concebido su poder de jurisdicción y especialmente al uso de la fórmula anathema sit.

Allí donde la inteligencia se siente a disgusto, hay opresión del individuo por el hecho social, que tiende a devenir totalitario. En el siglo XIII sobre todo, la Iglesia estableció un comienzo de totalitarismo. A partir de ahí, no carece de responsabilidad en los acontecimientos actuales. Los partidos totalitarios se han formado por efecto de un mecanismo análogo al uso de la fórmula anathema sit.

Esta fórmula y el uso que de ella se ha hecho impiden a la Iglesia ser católica de otro modo que el meramente nominal.» (SIMONE WEIL)