"Menos que niño..., y encarnar de nuevo en tu seno, Soledad, y dormir allí... para siempre..., para siempre..., para siempre." (MIGUEL DE UNAMUNO)
Nos empolla el edredón, nuestros hálitos nos (estre)mecen (vamos, que nos mecen el estro) y así, haciendo manitas con los pies, nos conducimos al sueño común (ese que, por su extrema rareza, sólo recordaremos en otro sueño).
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