lunes, 13 de mayo de 2013

DICTADORES



"Pienso que fue, sin duda, un gran hombre, pero la grandeza y la bondad no se dan necesariamente unidas en la vida privada ni en la pública" (cierto historiador inglés sobre cierto padrecito georgiano)

"Me gustas cuando callas..." (Pablo Neruda)

Los prefiero callados.
Distantes en su enormidad. Pero, por eso mismo, más cercanos que otra cosa, salvo la Muerte y la Realidad.
Sin artificios, catastróficamente naturales: como un tsunami, como la erupción de un volcán, como la caída de un meteorito, como el último minuto de la Humanidad.
De una magnitud tal en sus construcciones y destrucciones, que (como todo lo dicho hace un momento) no quepan en ningún tribunal como materia de juicio. Porque ellos son, en sí, el Día del Juicio. Y no se puede juzgar al Día del Juicio.
Primarios en su mistérica complejidad: antimateria de la picaresca, de la prestidigitación, de los culebrones, de los teleconcursos y de Ophra.
Sobre todo, de Ophra.
Que desde su despotismo definitivo sepan extraer lo mejor de mi voluntad de vasallaje.

Hoy seres así resultan inconcebibles. Tanto que han acabado por dejar su huella mítica en las acciones de la naturaleza y así, cada nuevo seísmo, vómito de lava o maremoto, recupera (como en el principio de los tiempos) su rostro afable, socarrón, terrible en la incógnita de todo su Poder. Para algunos, asqueados de tanto titirimundi, sólo una catástrofe natural podría atraer nuestro voto.



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