Un detalle se tiene con alguien a quien se aprecia, se respeta o se
admira (en ocasiones -raras- las tres cosas juntas): supone una muestra de
empatía, de afinidad, de acercamiento a esa persona. Un favor es un trueque
disfrazado que se concede (conceder no es dar) a un extraño para satisfacción
nuestra, como muestra de nuestra superioridad, de nuestro poder o sencillamente
para manipularlo: un favor nunca acerca sino que marca las distancias entre
quien favorece y quien es favorecido. Un detalle es algo personal (benditamente
antisocial, íntimo), un favor es algo social (esto es, comercial, enemigo de la
persona).
Las gentes como yo, poco sociables, náufragos entre extraños que nos
rodean, solemos confundir (error muy propio del náufrago cuando se encuentra
con un presunto semejante -como me comentó alguien en cierta ocasión, considerándolo
como una tara muy mía-) el favor con el detalle. Tomamos como señal de empatía
incondicional lo que es mera transacción. Entonces, creemos que la persona que
nos favoreció sintoniza con nosotros más de lo que creemos, que es un alma
gemela, y la tratamos con una confianza que nunca es bien recibida y se
malentiende como algo intempestivo o fuera de lugar, como impertinencia o como
(aún peor en estos tiempos de impersonalidad oenegera y caritativa) morder la mano que nos alimenta.
Resulta tremendo el caer una y otra vez en la misma confusión: ver
aprecio donde no lo hay, sólo mera transacción, y ofender a los extraños por
tratarlos como a afines. Pero lo más irónico es que a alguien como yo
completamente incapaz de ver a los demás como extraños (cuando se dirigen a uno
sin un palo en la mano, sin un insulto en los labios, sin una tomadura de pelo
demasiado descarada que restregarme por las narices), aunque la mayoría lo
sean, se le califique una y otra vez de "paranoico,
huraño, hostil, de trato difícil" . ¡¡¡Pero si en cuanto
alguien se me acerca con una oferta que no sea explícitamente un timo o una
burla a mi inteligencia respondo a ese alguien con el corazón en la mano!!!
Joder, qué vida.
[¿paradoja? entre corchetes: precisamente como autodefensa supervivencialista (y tras las
experiencias catárticas -en cuanto esclarecedoras- que supusieron MONDO BRUTTO
y PEGAMIN) frente a esa debilidad mía de carácter, trato de bregar en un
entorno tan mendaz y propenso a manipulaciones y trolleos como Facebook con las medidas del peaje, mayormente planteadas no por afán de lucro (sería de una
imbecilidad superlativa si pretendiese basar mi sostén económico en el peaje de
FB, vamos, digo yo –aunque como en FB abundan los imbéciles lo mismo hay
quienes piensan así-) sino como test de empatía para rechazar automáticamente a
quienes hagan caso omiso de ello o incluso se indignen y ofendan por la medida,
demostrando una completa falta de voluntad por intentar comprender mi actual
situación de estrechez]
2 comentarios:
¡Cuántos seres de buen corazón caemos en las mismas, Fernando!
Yo, que soy ingenuo como un cervatillo, también me creo que si alguien pide amistad o cualquier cosa a través de FB, es como si me lo pidiese ese colega desde párvulos. Y no. Al final poca gente es así.
Yo he pagado el peaje una vez, por meras relaciones contractuales que respeto porque sigo las reglas que me pone quien me interesa, porque usted era amigo mío antes de tal peaje, o al menos así lo considero.
Y las morcillas y chorizos que le traiga después de Semana Santa no será peaje ni pollas, sino regalos entre amigos. Entre amigos que actúan con decoro, e intentan ser dignos en la medida de lo posible.
Y no puedo comprender a quién diga que es usted huraño.
Que me den morcilla, siempre que sea como detalle y prueba de empatía.
Y todo aquel que "paga peaje", desde el momento en que tiene a bien hacerlo, ya no está pagando peaje sino demostrando su empatía y teniendo un detalle. El peaje sólo existe como tal para los que no lo piensan pagar nunca. El que quiera entender, que entienda...
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