miércoles, 1 de diciembre de 2010

AYN RAND, VIAJE SIN RETORNO

PARA ESTHER


Autistas, mutantes, sociópatas, replicantes. Mis prójimos. Las miradas que atraviesan a las masas para sólo detenerse en los escasos sujetos y en los mucho más interesantes objetos y animales y vegetales, entidades netas, íntegras, que no mienten. Las miradas que sólo buscan la excelencia, que saben cómo lo mejor no es enemigo de lo bueno sino su horizonte. Las miradas que no perdonan la fealdad como imperativo categórico. Las miradas monstruosas en su desapego, en su negempatía, bienaventuradas en su monstruosidad porque en una sociedad teratológica sólo aquellos seres calificados por el común de monstruosos son la clave de redención y regeneración. La mirada de Howard Roark y de John Galt, del pirata Ragnar y del playboy Francisco D’Anconia (gemelo espiritual del camarero Martin Venator en su falsa acomodación a la molicie y la decadencia), la mirada de Hannibal Lecter (el Cristo de nuestro tiempo crucificado entre cerdos –como el replicante Roy Batty será Cristo de los tiempos por venir-) tras liberarse de esa angustia tediosa de la que el coronel Kurtz sólo logrará elevarse cuando cabalgue la ola de las oscuridades camboyanas de APOCALYPSE NOW hacia las iluminaciones tarzanescas de ADIOS AL REY o se retrotraiga a la bárbara seguridad de CONAN (abuelo del ya mentado pirata danés y de todos los demás –como Roy Batty será su último heredero en el umbral del penúltimo Apocalipsis-).

Hace unos meses leí por primera vez en castellano LA REBELION DE ATLAS (cuya lectura en inglés ya había hecho en 2003 y me dio pie a esta reflexión). Y una vez más comprendí por qué si uno se siente tan identificado con los escenarios randianos no puede nunca sentirse vinculado a alternativas políticas terrenales, porque todas están marcadas por las tramposas desnaturalizaciones con que Thompson pretende tentar a Galt en LA REBELION DE ATLAS en aras de un falaz y envenenado pragmatismo. Ahora nuevas voces desde el mundo tribunicio y aspirante a la alta gestión institucional vuelven a usar el nombre de Rand ¿de nuevo en vano? El tiempo lo dirá.

Lo único verdaderamente claro es que Ayn Rand sólo tiene sentido como viaje sin retorno, sin guardar la ropa, para quienes somos inasequibles al pragmatismo y a la adecuación en períodos de decadencia terminal.