Dos rostros hermosos en el inicio: el tiempo los castiga pero por motivos distintos. En un caso, la pujanza de emular a los dioses del riesgo y la factura trágica que pasan éstos. Huyendo (como Brando, como Monty, como Newman, como el magnífico y desaprovechado Eric Roberts –siempre lo digo, mucho más bello y mejor actor que su hermana Julia, sólo medianamente aceptable como criada de Jekyll o como Puty Woman-) de la banalización reduccionista implícita en la jaula dorada del glamour, jaula que, por el contrario, en el segundo caso se ha perseguido con una ambición deshonesta, cargada de entropía, amiga de atajar por la fácil senda del esperpento y la chapuza (la gracieta punk, el kistch sudamericano, los frikis de la Factory, Divine y otras criaturas teratológicas catapultadas por John Waters, o la archiesperpéntica Saritísima), sin la altiva obsesión de una Norma Desmond, sin el turbulento coraje de una Margo Channing, sin la serena madurez de una Siouxsie. El luchador y la petarda. Silicona, botox, toda esa mierda introducida en un físico roto, apenas regido por una mente alucinada. En sí, es feo, antinatural. Sólo el dolor (esos primeros planos sangrantes de lágrimas a medio reprimir ante el hosco tribunal de la hija lesbiana, conmovida al final, seducida como todos en la sala, tal vez como nunca antes –pienso en aquella banal estupidez, NUEVE SEMANAS Y MEDIA, la única ocasión en que este actor me ha repelido por su prepotente inanidad-) da sentido a ese rostro, que transmite pasión (una pasión crística, un De Profundis) en su inmovilidad de barro y plastilina como nunca podrán hacerlo un Brad Pitt o un Tom Cruise. Sentimos su dolor, su olor a victoriosa derrota, y nos atrae. Como nos atrae la Naturaleza, cíclica y siempre dispuesta a renacer. En el otro extremo, las pelucas empolvadas albergando liendres, el maquillaje a brochazos (como pintura de Gran Torino, pero con mucho peores resultados), la secuencia de envejecimiento acelerado (casi progeria) de manera consciente por alguien que parece odiar (empezando por sí misma) todo lo que suponga lozanía, frescura, impulsos de animal sano y pletórico de energía (ambición creativa que vive su destino no desde la barrera sino en la arena, asumiendo el riesgo). Cuando pienso en estas fotos y en la vida que describen, pienso en mundos sin aire, sofocantes de artificialidad, en la Glenn Close de LAS AMISTADES PELIGROSAS y sus retorcidas intrigas de libertina aburrida, en mesas camilla donde unas cuantas mariquitas se despellejan mutuamente en hórrido bucle (como en una adaptación queer del HUIS CLOS sartriano), en ese tofu que en Japón me echaba para atrás porque era como comérmela a ella (y, a diferencia de la ambarina Silvana Delirio, no me apetece –tal vez hace evos, cuando había nácar y no tofu, cuando ella aún escuchaba a Nico y la versioneaba en la redacción de Augusto Figueroa: su primera y mejor interpretación como vocalista, que sólo escuchamos tres y que, seguramente, sólo recuerdo y valoro yo-). Cuando fue más hermosa, ella se detestaba. Ahora ¿es feliz? No lo creo, no es feliz quien se pasa la vida borrando los pasos del día anterior: el Luchador sí. Se le ve RENACIDO. En pleno umbral de ciclos, la voluntad de superación (a riesgo –cabal riesgo- de quedarse por el camino) enterrará la inercia (que no voluntad) del esperpento, de la indolencia, del capricho, de la chapuza, del hacer una y otra vez las cosas mal. Los USA se levantan por enésima vez y su símbolo de futuro no es Obama, qué coño: es Rourke (y quizás Hillary, mi querida Hillary). Latinoamérica (de la que la antigua Madre Patria ya es sólo un apéndice -recomido por el kistch, por el populismo, por la fobia a lo real, por la corrupción absoluta, por las mil piruetas antinaturales de la quirúrgica plástica-) continuará su descenso hacia ese tocar fondo entendido como horizonte. Afortunadamente la Naturaleza y sus dictados tienen siempre la Ultima Palabra. Contra toda profanación.
jueves, 7 de mayo de 2009
RENACER Y DECADENCIA
Dos rostros hermosos en el inicio: el tiempo los castiga pero por motivos distintos. En un caso, la pujanza de emular a los dioses del riesgo y la factura trágica que pasan éstos. Huyendo (como Brando, como Monty, como Newman, como el magnífico y desaprovechado Eric Roberts –siempre lo digo, mucho más bello y mejor actor que su hermana Julia, sólo medianamente aceptable como criada de Jekyll o como Puty Woman-) de la banalización reduccionista implícita en la jaula dorada del glamour, jaula que, por el contrario, en el segundo caso se ha perseguido con una ambición deshonesta, cargada de entropía, amiga de atajar por la fácil senda del esperpento y la chapuza (la gracieta punk, el kistch sudamericano, los frikis de la Factory, Divine y otras criaturas teratológicas catapultadas por John Waters, o la archiesperpéntica Saritísima), sin la altiva obsesión de una Norma Desmond, sin el turbulento coraje de una Margo Channing, sin la serena madurez de una Siouxsie. El luchador y la petarda. Silicona, botox, toda esa mierda introducida en un físico roto, apenas regido por una mente alucinada. En sí, es feo, antinatural. Sólo el dolor (esos primeros planos sangrantes de lágrimas a medio reprimir ante el hosco tribunal de la hija lesbiana, conmovida al final, seducida como todos en la sala, tal vez como nunca antes –pienso en aquella banal estupidez, NUEVE SEMANAS Y MEDIA, la única ocasión en que este actor me ha repelido por su prepotente inanidad-) da sentido a ese rostro, que transmite pasión (una pasión crística, un De Profundis) en su inmovilidad de barro y plastilina como nunca podrán hacerlo un Brad Pitt o un Tom Cruise. Sentimos su dolor, su olor a victoriosa derrota, y nos atrae. Como nos atrae la Naturaleza, cíclica y siempre dispuesta a renacer. En el otro extremo, las pelucas empolvadas albergando liendres, el maquillaje a brochazos (como pintura de Gran Torino, pero con mucho peores resultados), la secuencia de envejecimiento acelerado (casi progeria) de manera consciente por alguien que parece odiar (empezando por sí misma) todo lo que suponga lozanía, frescura, impulsos de animal sano y pletórico de energía (ambición creativa que vive su destino no desde la barrera sino en la arena, asumiendo el riesgo). Cuando pienso en estas fotos y en la vida que describen, pienso en mundos sin aire, sofocantes de artificialidad, en la Glenn Close de LAS AMISTADES PELIGROSAS y sus retorcidas intrigas de libertina aburrida, en mesas camilla donde unas cuantas mariquitas se despellejan mutuamente en hórrido bucle (como en una adaptación queer del HUIS CLOS sartriano), en ese tofu que en Japón me echaba para atrás porque era como comérmela a ella (y, a diferencia de la ambarina Silvana Delirio, no me apetece –tal vez hace evos, cuando había nácar y no tofu, cuando ella aún escuchaba a Nico y la versioneaba en la redacción de Augusto Figueroa: su primera y mejor interpretación como vocalista, que sólo escuchamos tres y que, seguramente, sólo recuerdo y valoro yo-). Cuando fue más hermosa, ella se detestaba. Ahora ¿es feliz? No lo creo, no es feliz quien se pasa la vida borrando los pasos del día anterior: el Luchador sí. Se le ve RENACIDO. En pleno umbral de ciclos, la voluntad de superación (a riesgo –cabal riesgo- de quedarse por el camino) enterrará la inercia (que no voluntad) del esperpento, de la indolencia, del capricho, de la chapuza, del hacer una y otra vez las cosas mal. Los USA se levantan por enésima vez y su símbolo de futuro no es Obama, qué coño: es Rourke (y quizás Hillary, mi querida Hillary). Latinoamérica (de la que la antigua Madre Patria ya es sólo un apéndice -recomido por el kistch, por el populismo, por la fobia a lo real, por la corrupción absoluta, por las mil piruetas antinaturales de la quirúrgica plástica-) continuará su descenso hacia ese tocar fondo entendido como horizonte. Afortunadamente la Naturaleza y sus dictados tienen siempre la Ultima Palabra. Contra toda profanación.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Mickey Rourke fue tema d conversación días atrás. Coincidíamos en que una evolución parecida, cuesta abajo, habría tenido James Dean, de no haber dejado un bonito cadáver. A Rourke le veíamos maravilloso en Rumble Fish, en Manhattan Sur, en su papel de Bukowski bueno, aquí perfecto)... Hasta que llegó de forma ya totalmente obvia Orquidea Salvaje y se acabó. No me esperaba yo esta resurrección, que tal vez no hubiese tenido Dean. Rourke es un mito de los ochenta, decadente (y de los malos)en los noventa, pero tan anticipado, que ha tenido tiempo de resucitar con el nuevo siglo.
Ya que has mentado a JD, el modo en que Newman (el único no hollado físicamente salvo por la vejez) da su corte de mangas al glamour es tal vez el más elegante y retorcido: no aspirando a ser el hombre más gordo del mundo, no dejando un cadáver bonito a lomos de un Porsche, no enloqueciendo en parte por causa de un armario incandescente y en parte deformándose también en accidente automovilístico, no machacándose el careto y su carrera en un ring, sino casándose con Joanne Woodward y viviendo con ella hasta el final de los tiempos (bueno, vale, también jugaba a las carreras de coches pero en su caso, parecía tener baraka -en su caso, la factura que le pasó el destino fue la muerte de su hijo, momento en que este hombre empezó a mermar-).
Publicar un comentario