lunes, 23 de marzo de 2009

DIANA ALLER, REINA DE LA JUNGLA




«Buenos días "Señorita qué rara soy";
¿Qué máscara has decidido ponerte hoy?»(ILEGALES)

Hace unas noches soñé con Diana Aller. Alguien a quien sólo he visto una vez en mi vida, allá por el 99, cuando METEOSAT actuaron en el Festimad. No sé por qué, cuando me la presentaron, sentí el impulso de endilgarle una larga parrafada sobre nacional/bolchevismo. Como preso de algún sádico frenesí daliniano, a medida que ella iba acentuando su cara de horror (más -pienso- por lo tostón que le estaba resultando mi perorata que por lo que ésta tuviese -a sus ojos políticamente correctos- de crimen contra la Humanidad) yo me sentía más motivado para seguir explayándome sobre el tema. Después de aquello, jamás hemos coincidido y dudo que lo hagamos en el futuro (sospecho no ser santo de su devoción). En los últimos tiempos, a cuenta de su página en My Space y de ese blog donde ella lo dice, había hablado ocasionalmente sobre Diana con Charlie y Luigi (fans incondicionales de espacio y blog allerianos, respectivamente): de ahí tal vez el estímulo para el sueño.

Estaba metida en una jaula de bambú, en plena jungla, indolente y nerviosa a un tiempo, como un mamífero primitivo (redondeados contornos, aguzado perfil, entre sedoso coati mundi e hirsuto diablo de Tasmania) todavía indiferenciado en su dieta pero a punto de ampliarla a nuevas predaciones. Prisionera de una guerrilla con algo de simbiótico y algo de jemer, muy corazonesca. El Kurtz de turno esperaba que llegase Martin Sheen a practicarle el descabello y deseaba entregar el testigo de su liderazgo a la prisionera. Había detectado en ella un punto de decisión obsesiva, de alguien que antepone a toda otra consideración el salirse con la suya (dispuesta a cualquier cosa no importa el precio: Kurtz -que en mi sueño se parecía más a Mitchum que a Brando- recordó con un leve escalofrío a la Candy Clark arma en mano, a punto del ataquito con espumarajos, en aquella versión setentera de EL SUEÑO ETERNO, o cuando, años antes, tuvo que lidiar con otra que tal: cabecitas pijas con un punto insondablemente dislocado -a los ojos de los domadores- que las redime de su probable y tediosa inanidad). Kurtz la había torturado, tentado, drogado, hecho mil y una luz de gas buscando sacar su lado más atávico, con la esperanza de que aflorase la Patty Hearst que pudiera latir en su mirada sin fondo, preñada de oscuras promesas de ferocidad si el mundo no daba su brazo a torcer ante sus caprichos. Yo, trasunto bufo (Gaudencio Candil strikes again!!!) de Dennis Hopper en APOCALYPSE NOW, le llevaba la parca ración de alimentos, le hacía fotos con mi cámara de juguete y le soltaba inacabables discursos apologéticos sobre Kurtz mientras ella me lanzaba escupitajos con la mirada como lo hizo en el Festimad cuando la envolví en mi dialéctica placenta n/b.

Diana, a todo esto, en su fuero interno había intentado resistir recitando diversos mantras ("buff, qué pesadilla, mañana me reiré recordándolo en el blog" o "si salgo de ésta, me dan el Príncipe de Asturias, seguro: jo cómo voy a molar, como la Betancourt mismamente" o -ya calentándose, y confirmando las intuiciones de Kurtz- "tengo que salir de esta jaula y hacerme un foulard con las tripas de ese puto calvo y, con ellas, ahorcar luego al brasas del fotógrafo").

Kurtz había ordenado a sus hordas que la sacasen de la jaula y la coronasen reina de las tinieblas nada más apareciese Sheen fuera del Recinto Prohibido, en plan Perseo, con su cabeza calva en una mano y el yatagan chorreando sangre en la otra. Entonces, dejarían marchar al joven ejecutor y Diana, ebria de poder y de adhesiones inquebrantables, los dirigiría al caos más absoluto (que, como todo el mundo pretende no saber, es sinónimo impepinable del más absoluto orden).

Pero, mira por dónde, en vez de Sheen, apareció (en una barquita a pedales con forma de cisne -sí, como las del Retiro-) un indie pequeñito pelopaje, con expresión de acojonado desconcierto, como diciéndose "¿qué corchos y retruécanos hago yo en este sueño?" (un sueño que, a estas alturas, ya no queda claro si lo soñaba El Zurdo para luego comentarlo en su blog, o lo soñaba Diana Aller para después decirlo en su blog o lo soñaba Kurtz para más tarde tatuárselo como fragmento de diario en su antebrazo izquierdo).

En vez de Jim Morrison anunciando El Fin, se oía a Camilo Sesto con su demencial hit MOLA MAZO.

La expresión entre esperanzada y decepcionada de Diana (las perspectivas de ser reina absolutísima en el corazón de las tinieblas habían empezado a hacerle cosquillas en su lado más oscuro) se solapaba con la cara de cabreo de Kurtz (que, en vez de decir aquello tan propio de "el horror, el horror", se limitó a ulular de frustración como en la escena del pantano en LA NOCHE DEL CAZADOR). Yo lo plasmaba todo en instantáneas con mi cámara de juguete.

Cuando el diminuto indie abandonó su pasmo, fue aproximándose dubitativo hacia la jaula de bambú, y por un momento pareció que las expresiones de Diana y Kurtz se hacían una y miraban con profunda hostilidad al recién llegado. Los dos abrieron la boca con un rictus lecteriano y no llegué a oír sus palabras porque, justo entonces, los altavoces de "el tapicero, señora, en su propio domicilio" me sacaron de la jungla.




ilustración: THE LEFT HAND

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Usted me da miedo.

el zurdo dijo...

Siempre paga el mensajero...