En estos tiempos de exhibición pornográfica de la buena conciencia y autocanonización de los abyectos, cuanto más profundizo en Richard Nixon, más mías hago sus oscuridades, sus presuntas patologías, que siento como reacciones viscerales (¿en legítima defensa?) ante la inagotable capacidad que tienen los seres humanos de decepcionar. Y, como confirmando esta capacidad en sus torvos destinos de shakespeariana factura, la demoledora ironía de marrar más en la confianza que en la paranoia...
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