lunes, 1 de febrero de 2021

SANTO OFICIO (sueño de quijadas)

 Tras semanas escuchando a Tom Waits era previsible algo así...


Apenas cerré los ojos lo vi. Al santo bebedor Barney Gamble: a las puertas del tabernáculo mOesiánico, ejercitaba su pleistocénica quijada mascullando lamentos por no hallar la puerta franca a la cotidiana comunión. Su ajada sotana, llena de fecales lamparones dolcinistas, se iba empapando bajo el calabobos de aguanieve. 

Al fin, la puerta se abrió. Pero aún así, el dispensador de comuniones, ataviado con blanquinegro hábito dominicánido, le impedía acremente el acceso hasta no consumar su interrogatorio, con algo del peaje intelectual de la esfinge mitológica pero también del fastidioso fisgoneo de algún comisariado macarthista. Barney, desencajada la quijada babeante, persistía en salirse por la tangente con su blues holoturio (o sea, echando las tripas) sin responder ni una sola vez a las preguntas que se interponían entre su maltrecha y empapada persona y el sagrado ágape. El espumoso y áureo pipí de Cristo en la muniquesa jarra de litro y medio y el frasco en que flotaban escrotales huevos en vinagre (que hacían pensar en un pasado remoto, infinitamente anterior al comienzo de los tiempos) eran la meta (¿o la trampa?) que decidiría el duelo entre tabernero y parroquiano.

Barney comenzó a temblar, con un amago de delirium tremens, cuando los huevos acéticos adquirieron expresión (como en un videoclip del alevín de chef Buddy Oliver): le vino a la mente el icono de la revista MAD pero no, era otra cosa más esotérica, más inquietante, era, ¿qué era?

¿Tal vez el careto maliciosamente travieso de Miguel Angel Ramos? 




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