jueves, 20 de febrero de 2014
LA MADRE DE TODAS LAS VISPERAS
"El pecado estaba en torno, pero una atmósfera zafia lo hacía repugnante para cualquiera que tuviese mediano gusto. Sucedía, simplemente, que hasta los pregoneros de una virtud sin sustancia, sin heroísmo, sin belleza y sin interés, formaban en la tribu de gustos soeces, de mal estilo y esa falta de un alto y claro estilo, de una manera de ser entera y verdadera, hacía de todos y cada uno de los españoles, gentes sin cultura, sin raigambre, aburridas y desesperanzadas. El gran acuerdo nacional, el programa común de izquierdas y derechas, de nobles y plebeyos, consistía en agarbanzar más aún la existencia, en escupir en corro. Quedaban unos cuantos locos ¿pero qué podían hacer?"
(fragmento de PLAZA DEL CASTILLO de Rafael Gª Serrano)
sábado, 15 de febrero de 2014
sábado, 1 de febrero de 2014
a medida que me interno...
...en EL LIBRO DEL DESASOSIEGO de Pessoa
más impresentable me resulta Facebook
(salvo -se entiende- las excepciones de rigor -nunca mejor dicho lo de rigor-).
Y también, leyendo a Pessoa, ese hombre cuyos quedos aullidos de hipersensible
sólo fueron escuchados (paladeados) después de muerto,
pienso en que, cuando yo no esté,
mis demandas resultarán menos fastidiosas para quienes las reciban
sin temor a sentirse en deuda con ellas.
No hay nada más cómodo que empatizar con un muerto.
Y también, leyendo a Pessoa, ese hombre cuyos quedos aullidos de hipersensible
sólo fueron escuchados (paladeados) después de muerto,
pienso en que, cuando yo no esté,
mis demandas resultarán menos fastidiosas para quienes las reciban
sin temor a sentirse en deuda con ellas.
No hay nada más cómodo que empatizar con un muerto.
36
ENCOGIMIENTO DE HOMBROS
Damos comúnmente a nuestras ideas
de lo desconocido el color de nuestras nociones de lo conocido: si
llamamos a la muerte un sueño es porque parece un sueño por fuera; si
llamamos a la muerte una nueva vida, es porque parece una cosa diferente
a la vida. Con pequeños malentendidos con la realidad construimos las
creencias y las esperanzas, y vivimos de las cortezas a las que llamamos
panes, como los niños pobres que juegan a ser felices.
Pero así es toda la vida; así,
por lo menos, es ese sistema de vida particular al que, en general, se
llama civilización. La civilización consiste en dar a algo un nombre que
no le compete, y después soñar sobre el resultado. Y, realmente, el
nombre falso y el sueño verdadero crean una nueva realidad. El objeto se
vuelve realmente otro. Manufacturamos ideales. La materia prima sigue
siendo la misma, pero la forma, que el arte le ha dado, la aleja de
continuar siendo efectivamente la misma. Una mesa de pino es pino pero
también es mesa. Nos sentamos a la mesa y no al pino. Un amor es un
instinto sexual, pero no amamos con el instinto sexual, sino con la
presuposición de otro sentimiento. Y esa presuposición es ya, en efecto,
otro sentimiento.
No sé qué efecto sutil de luz, o
ruido vago, o memoria de perfume o música, tañida por no sé qué
influencia externa, me ha traído de repente, en pleno ir por la calle,
estas divagaciones que anoto sin prisa, al sentarme, en el café,
distraídamente. No sé a dónde iba a conducir los pensamientos, o dónde
preferiría conducirlos. El día es de una leve niebla húmeda y caliente,
triste sin amenazas, monótono sin razón. Me duele un sentimiento que
desconozco; me falta un argumento no sé sobre qué; no tengo deseo en los
nervios. Estoy triste por debajo de la conciencia. Y escribo estas
líneas, realmente mal-anotadas, no para decir esto, ni para decir nada,
sino para dar un trabajo a mi distracción. Voy llenando lentamente, a
trazos flojos de lápiz -que no tengo sentimentalismo para afilar- el
papel blanco de envolver los bocadillos que me han dado en el café,
porque no necesitaba uno mejor y cualquiera servía, siempre que fuese
blanco. Y me doy por satisfecho. Me reclino. La tarde cae monótona y sin
lluvia, con un tono de luz desalentado e inseguro... Y dejo de escribir
porque dejo de escribir.
foto: Casilda Fernández
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