(continuación de la serie iniciada en EL PUNTO Z)
[El luminarca Juanjo Seixas, ausente tanto tiempo de este blog (ausencia que sólo está en su mano redimir –tú mismo, Juanjo, ésta es tu casa: como verás, cada vez más diversamente habitada-), de pronto reapareció hace unas semanas por mi vida en forma de regalo, más concretamente en forma de una novela mística, misteriosa, mixtificadora (como su autor, César González Ruano, y como los paisajes en que se desarrolla), editada (atención, Bárbara...) por ese librero Bergua que tan anacrónico resulta hoy, en plena profanación industrial del negro sobre blanco. Yo nunca he sido muy amigo de las tierras moras (sólo Burroughs adaptado por Cronenberg, en su impremeditada versión libre de EL CIELO PROTECTOR que fue EL ALMUERZO DESNUDO, me había hecho interesarme por esos ambientes abigarrados, mayormente usando como vehículo a ese cadáver disfrazado de actriz que atiende por Judy Davis –como lo único que me haría sentirme a gusto en los trópicos no sería ningún idiota lugar común sobre Curro y el Caribe sino la calva llorona de sudores del teniente Kurtz en pleno corazón de Angkor-) pero CGR logra implicarme, con una visión alucinante y alucinada (tórrida y hórridamente magmática en su descripción minuciosa hasta la neurastenia de la lucha constante entre el autocontrol y el vértigo ante lo que nos tienta –Mario, el joven alemán protagonista, nos hace evocar en algún momento al Jünger aún bisoño de JUEGOS AFRICANOS-) anticipadora del Burroughs de Interzona, tributaria tangencialmente de T.E. Lawrence pero también oteadora de un Scorsese con guión de Schrader (qué espléndida versión de esta CIRCE podrían haber hecho). Mi eterna devoción por la prostitución como misterio sacro, asistencial y esclarecedor (esto es, antimateria de lo que hoy en Occidente se entiende por prostitución –excepciones salvas que puedan recordar a la santa sin derecho a canonización que Elizabeth Shue encarnaba en LEAVING LAS VEGAS-) es satisfecha plenamente en esta novela con la semblanza doblemente conmovedora (porque conmueve y conmociona) de las Hijas de la Dulzura (especialmente, de la protagonista, Ifrikya, criatura sin tiempo en su edad auroral –con algo de la vampirita Eli glosada hace poco en este mismo blog- a quien imagino como a la ciberdiosa Dayanna cuyos reojos prionizados ilustran esta entrada y cuyo retrato en exclusiva no creo haga nunca porque ya lo ha hecho Ruano hablando de otra y, sin embargo, la misma-). También ese peso fatal y nunca lo bastante agotador que supone Lo Femenino y que llevo en estos meses elucidando en ese libro que preparo con las fotógrafas Inma Varandela y Carmen Hierro, ese peso ya lo cargó antes con gozo de dislocado via crucis el monstruoso CGR. De monstruo a monstruo (lo único decente que se puede ser en épocas donde la castración de horizontes es la norma), gracias, César. Y gracias, Juanjo, por ser el puente que me ha hecho amar a... Africa.]
«Una noche soñó que ella no era sino una herida enorme, y que desaparecía por aquella herida, sintiendo que su sangre le entraba a oleadas en la boca, hasta producirle la más dulce y enamorada de las asfixias.
Otra noche, el sueño le llevaba por el mar, y él la veía distante y desnuda bajo una enorme luna voraz, batida por las olas. Luchaba Mario con las barbas del mar encrespado, atraído por su voz lejana y dulcísima, hasta que al llegar a ella no encontraba en su horror sino una roca negra, a la que irremisiblemente iba a estrellarse.»
ilustraciones: THE LEFT HAND
2 comentarios:
Acabo de meter una nueva entrada en el blog de Vintila Horia. Ya que tienes la gentileza de seguirlo, te avisaré cada vez que suceda.
Agradecido pero, a través de la lista de lectura del escritorio de Blogger, van apareciendo automáticamente las novedades de los blogs a los que sigo.
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