(se sugiere como música de fondo para leer esto: of course, el SONGS FOR DRELLA de Reed y Cale)
Entre julio y agosto dediqué buena parte de mis ansias lectoras a unos cuantos títulos donde, por fas o por nefas, aparecía Warhol. Y he caído en la cuenta de una paradoja: a medida que, en boca de Lou Reed, de Nico o de algunos otros, se insistía en cuán atractivo podía resultar este sujeto en las distancias cortas, más pensaba yo en lo mucho que a mí me repelía, desde la lejanía de las fotos o de las descripciones neoperiodísticas o de las horrorosas mixtificaciones de los warholianos autóctonos (desde aquel espantoso diario de Nacho Canut que publicó la web de Spicnic –las HISTORIAS DEL CHOPPED, como las llamó alguna lengua trífida- a la maligna estolidez de Jorge Javier Vázquez –sólo hay alguien de por aquí que no sólo entronca sino que supera en su aura autista a AW, el mutante homofilófobo David Farrán de Mora, más que imitador, epígono impremeditado desde su irreductible impersonalidad-), su físico y muchos de sus amaneramientos (en su caso, me irritaban más por su vampírico laconismo que por su desmesura –aunque, también reconozco que Andy me obsesionó lo bastante como para figurar en su condición de esposo de su cassette en el estribillo de una de mis más populares creaciones, EL ETERNO FEMENINO-), al tiempo que (sin tomar conciencia hasta ahora) me atraían poderosamente (y sólo me atraen muy contados varones adultos) dos actores cuyos rasgos faciales tienen algo (¿mucho?) de Warhol. Empiezo con el alopécico y fornido Mitch Pileggi (director adjunto Skinner en EXPEDIENTE X –a quien glosé así en un texto más tarde retirado de LDS: su bronceada alopecia, sus gafas, sus facciones de mastín, su torso musculado al recibir en deshabillé al agente Mulder... -). Recuerdo que esta última situación llegué a soñarla, naturalmente, conmigo en el lugar de Duchovny.
La otra figura cuyo rostro me ha llevado en los últimos tiempos a pensar en Warhol es David Caruso, uno de los anclajes (junto con la morenita Eva La Rue) que me obligan a permanecer fiel a CSI MIAMI, pese a parecerme esta serie, con su excesivo machacar en la lucha contra el narcotráfico (asunto que siempre he encontrado tedioso desde el prisma del espectador –aún más si hay hispanos de por medio-), la más floja de la saga forense, frente a los potentes guiones gore de CSI NY (aunque sus actores no me resulten especialmente carismáticos) y la redondez absoluta en historias y personajes de CSI LAS VEGAS (donde hasta los villanos y eventuales quedan en la memoria: esa bebedora de atletas reciclados en batidos proteínicos que tan bien encarnó Alicia Coppola, la dominatrix Lady Heather que tontea con Grissom cada x tiempo, el transgender de estragado cutis y escurridizos hábitos que dejó su impronta en los primeros episodios, o la joven/muñeca creadora de miniaturas donde reproduce al milímetro sus crímenes de amor y soledad...). Caruso ya me impactó en aquella morbosa historia con Linda Fiorentino, JADE, donde parecía esbozar, en sus atormentados dilemas, la sinuosa psique del teniente Horatio Caine. Sus facciones entre gatunas y vivérridas y su clásica pose en jarras más ese doblaje tan redichamente sexy me lo hicieron muy apetecible desde el primer momento
¿Conclusión que me dicta mi subconsciente? AW quizás me habría subyugado en su época de esplendor oscuro como emperador de la FACTORY y me habría llevado a circunvolucionar en torno a sus lacónicas maneras de cámara humana con cierta fruición. Pero también, pasado un tiempo, podría haberme sentido traicionado y de ahí mi ternura nunca ahíta por su némesis, la desquiciada Valerie Solanas (lo más parecido que ha dado el lumpen neoyorkino a Ulrike Meinhoff).
Algo sí tengo claro: su avidez de dólares, exacerbada a partir del atentado, nunca me resultará simpática. La codicia, como la silicona, es algo que, para mi gusto, afea más que engrandece.
4 comentarios:
"Me llamo Vicente y me acabo de zampar una paella."
No he podido evitar relacionar la dosificación del ketchup, que este americano (que como tal sabrá cómo se come properly una hamburguesa) ha colocado en un ladito del papel para ir mojando en dicha salsa, de vez en cuando, la especialidad que está degustando, con la costumbre de poner el alioli a un lado del plato e ir hundiendo en él (el alioli) el tenedor cada vez que se va a tomar una nueva dosis de arroz.
El alioli es el cachup valenciá. Yo soy muy de pringar la paella con ello (así como la bullabesa), aunque luego se me repite bastante.
Hay que hacer una remembranza de salsas tan exhaustiva y evocadora como la que has hecho de los alco-joles, lo que pasa es que no han recibido tanto caso de la literatura universal, supongo que porque una salsa bearnesa nunca ha tenido el poder liberador del vino, ni una besamel puede abismarte sin remisión, ni se corre el riesgo, necesario en todo lo que importa, de que se vierta el precioso líquido si al brindar lo hacemos con unos vasos llenos de espesa mayonesa...
Y las tártaras, cuando salsas, no pueden inspirar cosas como esta.
Te recuerdo, por si te apetece (nunca mejor dicho, dado el sesgo aperitivo que lleva este hilo), que hay una sección de recetas en LDS (que hace ya tiempo que no se renueva) en la que podrías profundizar estas reflexiones.
Si te da tiempo, aparte de tu semblanza de la mística amazónica/teutónica, tú misma.
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