DOS MIL AÑOS DE FELICIDAD (Mª Antonietta Macchiocchi)
Culo de mal asiento (como yo) y, por lo tanto, pletórica de enamoramientos y de decepciones. Amiga de preguntarse y de buscar la coherencia y consecuencia de las cosas (la mejor manera –lo sé por experiencia- de crearse enemigos). Fóbica ante la complacencia en la corrupción y ante la farisaica generación de
nomenklaturas. Incapaz de disociar la política de los impulsos más viscerales (amor y odio). Buscadora errabunda y errónea (pero impenitente –hay errores que vale la pena repetir para no convertirse en una mierda-) de lazos familiares (también como yo –¡tantos momentos tropezando con la misma piedra!-) en el encuadramiento político, donde otros sólo se plantean acomodo apoltronado, sinecura, pelotazo... Antifascista (templada en el encuentro directo con el ocupante alemán en su adolescencia: nada de hooliganismos postmodernos de pijoprogres lectores de LA HAINE y camorristas de Tirso de Molina cada 20N) pero sin anteojeras (como suele ser todo lo auténtico si hay un mínimo de actividad neuronal de por medio), seducida por el escuadrista fundacional Malaparte desde su desencantada ironía y su común ilusión por la llamada
pekinesa, sería inflexible lustros más tarde ante los pavoneos pro/misinos de Pannella, que la llevaron a romper su breve eurocomplicidad radical (tras décadas de tortuosa, autista e insubordinada militancia en el PCI) y refugiarse en el eurogrupo socialista (en plena euforia de la llegada al poder de Mitterrand –la misma euforia que llevaría al tristón cantautor
Benito Moreno, sevillano de adn y bordelés de exilio, a arrancarse por sevillanas justo en aquellas fechas-). Amante platónica (en el sentido más filosóficamente literal del adjetivo) del último pensador marxista,
Althusser (quien, con su uxoricidio, contraemulaba trágica e impremeditadamente la praxis de la última revolución emanada del comunismo –la revolución que acabaría con todas las revoluciones modernas-, la hiperextrema arqueoutopía del Angkar). Admiradora de Simone Weil, la ministra y eurodiputada superviviente de
läger (con muñeca timbrada para acreditarlo), y atenta lectora de
Simone Weil, la loca de Cristo, quien acabaría acercándola desde su ateísmo lleno de hormonas místicas a un quasi final de trayectoria ¿sorpresivamente? papista, enamorada de ciertos pronunciamientos de
Juan Pablo II (esto ya queda fuera del volumen que nos ocupa, cuya historia acaba en el 82). Autora del primer libro apasionado sobre la Revolución Cultural, DE LA CHINA, como una década antes había escrito otro sobre la fugaz revolución iraní de Mossadeq, abortada ferozmente por los sicarios del sha y sus titiriteros británicos (mucho después, en pleno albor del jomeinismo triunfante, regresaría a Irán con una delegación de feministas francesas en pleno
enragement antishador y acabaría dudando de la autoridad moral de la
ayatolesa Beauvoir para condenar el uso del velo por las mujeres iraníes como desafío anticolonial frente a las pijiputas nostálgicas del Sha –siempre intentando ver el haz y el envés sin anteojeras: este capítulo sobre su paso por Irán en el 79 me trae recuerdos de aquellas crónicas de Teresa Aranguren en EL INDEPENDIENTE diez años más tarde, claramente posicionadas a favor de la Revolución Islámica frente a los chantajes occidentales
proirakíes-). Del libro me impresionó especialmente su desmitificador retrato del
artista del hambre Marco Pannella (de haberlo leído en el 87, nada más editarse en nuestro país, me habría ahorrado una de las experiencias más idiotas de mi ya de por sí ingenua saga política, mi ilusionada presencia como candidato en la Lista Antiprohibicionista de octubre ‘89, organizada por los radicales y pagada bajo mano por Berlusconi –la misma sensación de timo que sintió MAM con Pannella en aquel comienzo de los 80 la sentí yo cuando me enteré después de la verdad del cuento, de la responsabilidad pannelliana en la entrada en política de Berlusconi, o cuando vi al rey de los pacifistas simios de Ghandi exigir con caligulesca bulimia de maricona sádica bombardeos sobre Serbia en los 90 y, sobre todo, al seguir atónito el devenir de la pícara mercenaria
Yolanda Alba, hoy bien afianzada en la cuadra de conversos buscavidas de Vidal y Losantos: ya saben, diviniza con ahínco a Hayek, desempolva el viejo juego de las dos Españas pero en clave de explotación mediática con un bloque adepto a EL MUNDO/la COPE y otro a EL PAIS/la SER, abomina de
Maricomplejines por su débil oposición, escupe sobre Gallardón por criptosocialista y rcomienda el voto a...
UPyD-). Y,
last but not least, tampoco es moco de pavo su semblanza de Louis Aragon, poeta icono del PCF, con ese grimoso
outing tras la muerte de su esposa/musa/excusa Elsa Triolet, que confirma las acritudes de la semblanza que el GILLES de
Drieu daba del caprichoso y frívolamente demagógico
poseur Cyrille Galant (que tanto nos recuerda en sus calculadas ambivalencias entre la transgresión y el cipayismo –sustituyamos el PCF por el grupo PRISA y todo cuadra- al santo patrón upedeo
Fernando Savater). Como contrapartida a estos gayerismos acomodaticios y cínicos, la sombra
pasoliniana, más amiga del riesgo que del confort, más cerca de la naturaleza luciferina (luciferinamente crística) que del
lust polviestrellado, una sombra que
MAM mima con unción a lo largo de todo el libro.
Tal vez esta mi tercera lectura del tocho autobiográfico
macchiocchiano sea (desde la complicidad que dan las peripecias y los climaterios y los desengaños y las inasequibilidades al desaliento) la que más he disfrutado y con la que más he (son)reído.
MAM
tocapelotas hasta el final. Follonera de corazón, de karma, no mero simulacro postmoderno por imperativo de audiencia. He ahí su grandeza, la de su continuum, por encima de las contingencias de yos y circunstancias.
ilustración: THE LEFT HAND