(escrito en pleno reencuentro, pasados treinta años, con Reginald Perrin)
Acababan mis tres lustros como estudiante en creciente desmotivación (de colofón aquel fugaz paso, después del COU, por Artes y Oficios como antesala a Bellas Artes –antesala que quedó en simple atolladero sin continuidad-) y me adentraba con el Equipo Antípoda en la contracultura, iniciando mi larga y desigual trayectoria como aspirante (nunca diplomado) a terrorista cultural (curiosamente, por no haberla visto cuando me ocurrieron, mis experiencias con el Equipo Antípoda, La Liviandad del Imperdible, Kaka de Luxe y los inicios de Paraíso enlazan en mucho con las vicisitudes utópicas/comunales de Perrin en la 3ª temporada de la serie –hasta su suicidio final tiene su correlato en el amago de mutis que me tentó en marzo del 81, cuando el mundo se me cayó encima con la desastrosa presentación de Pop Decó y el veto de Clara Morán a mi ingreso en Oviformia-). Era 1976 y Reginald Perrin y Howard Beale se hundían para luego elevarse, éste desde la más apocalíptica american tragedy y aquél desde la sátira bufa llena de vitriólicas rebabas británicas (heredando con vueltas de tuerca las provocaciones de Duchamp, Picabia, Dalí o Warhol –la cadena GROT dedicada a la venta de objetos inútiles-, así como a Céline, Miller, Thompson, Burroughs o Ballard –el hastío ante una existencia condicionada por el binomio trabajo/consumo y ajena a todo atisbo de vocación/destino-, asimilando la contemporaneidad punk –cuya esencia se capta a la perfección con todo el asunto del emporio GROT- y encajando con otros hartazgos andropáusicos del momento –aparte del citado Beale, se me ocurren el Kirk Douglas de EL COMPROMISO, el Jack Lemmon de SALVAR AL TIGRE y EL PRISIONERO DE LA SEGUNDA AVENIDA o el Richard Mulligan de S.O.B.- y anticipando mil cosas, como la saga/fuga de EL REY PESCADOR, el memo suicida de JERRY MAGUIRE, el sufrido shoe salesman de MATRIMONIO CON HIJOS -o su alter ego psycho, el Gil Renard de FANATICO: y ya que estamos con personajes explosivos, pienso también en el D-Fens de UN DIA DE FURIA y, claro, en el dios Lecter, si nos fijamos en el tedio como detonante de su gastronómica ruptura con lo establecido- e incluso, más recientemente, algunos guiños inspiradores para HOUSE y THE OFFICE).
Hoy, de nuevo, todo pinta en necesidad de romper bucles: miro a mi alrededor cómo la gente se hunde y se eleva, se revuelve contra la rutina, arremete contra la realidad (una realidad vuelta panóptico patio de prisión y/o trumaniana jaula dorada) con la intención no de escapar sino de superarla, y rechaza el encostramiento que puede hundirlos como cemento a medio secar por el sumidero de la más absoluta abyección... Así, los escritos energéticos de Gaucho Divino en el LUMINAR, el renovado blog de Mario Conde y sus cada vez más anómalas apariciones en los medios, las intervenciones no menos chocantes de Prada, o, ampliando la mirada, el apoyo creciente (lo que he llamado las ganas de un 93 a la española) a nuevas iniciativas políticas, mediáticas y empresariales, algunas comentadas en entradas anteriores (iniciativas mayormente rompedoras de bucles, planteadas desde la voluntad de poder, de recuperación de principios, más que desde la venalidad –el dinero como medio para acceder a un fin que lo trascienda y sublime: aquello por lo que Ayn Rand osó sacralizar el signo del dólar al mismo nivel conceptual que la hoz y el martillo-, plantando cara a quienes se mueven por lo contrario, a los que desean mantener la entropía vigente, el todo vale del putiferio postmoderno, desde la más pura y chata y ciega codicia –los slogans, abortos de principios, meros reclamos elaborados desde el descreimiento para esquilmar aún más a la gente que busca un destello entre la desesperanza: la existencia entendida como incesante estafa piramidal, como continuo pelotazo-: es por ello que siempre preferiré la megalomanía generosa en energías propias y ajenas a la picaresca usuraria y miserable en sus cautelas, la intensidad de existir como anticipo de Algo Superior que todavía sólo se intuye y no el posibilismo cobarde y castrador de potencias –al final, volviendo al Sorel que tanto marcó mi muy querida transición 60/70, lo importante de una singladura no es la meta sino la singladura en sí, y la meta, mejor como horizonte, siempre inalcanzable y por ello siempre cargada de sentido como acicate-).
Hoy, como nunca, todos somos Reginald Perrin, todos asumimos su épico patetismo de antihéroe en absoluto desacuerdo con su estereotipo (exacta antítesis del mundo terminalmente conformista, rácano y triste, de los muertos de risa Wyoming y Santiago Segura o del no menos macabramente jocoso anticosmos brutto y sus epígonos; el pasotismo, como cínica contrafigura del inconformismo, siempre olió mal pero en estas sus últimas expresiones tumorales el hedor resulta ya insoportable: los esquiroles de Países Imaginarios que han alardeado de anarquía desde la misma cuna de lo despótico, los dealers clónicos del soplón Huggy Bear vueltos en los últimos tiempos doctores en sustancias psicoactivas dispuestos a emularse sin el menor rebozo con un Jünger o un Hoffman, los traidores a la memoria de Lenny Bruce que hoy actúan como reptantes propagandistas de lo impresentable desde la telebasura ávida de freaksploitation, todos hijos conceptuales -en su desvergüenza pesebril, en su criminal trepismo de ratas- de esos judíos guardianes de läger que ponía en evidencia Polanski en EL PIANISTA o de -¡imagen aún más siniestra pero todavía más ajustada!- aquellos payasos que conducían a los niños al gaseadero). PERRIN SOMOS TODOS, insisto, porque los que no son Perrin (esto es, las ratas) no son nadie, no cuentan, a la hora de las cuentas últimas. Son tan sólo m-i-e-r-d-a.
No puedo por menos de resaltar la oportuna coincidencia de que este reencuentro con Perrin se solape con mi primera lectura de EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS (mucho más cercana, en su sórdida cotidianeidad, a los recuerdos africanos de Céline en VIAJE AL FIN DE LA NOCHE que a la mitologización psicodélica que Milius y Coppola plantean en APOCALYPSE NOW: y una coincidencia irracional que a uno se le queda dentro de la coincidencia mayor, la presencia del hipopótamo como imagen recurrente y poco grata tanto en el relato de Conrad como en la saga de Perrin).
«Seguramente lo único que buscaba en la selva era espacio en el que respirar y por donde proseguir su camino.» (JOSEPH CONRAD, «EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS»)