Mimito y Mimita hacían honor a sus nombres. Iluminaban sus sombras gozando a la recíproca. El estaba hecho cisco pero ella lo compensaba con su presencia de malvavisco. Y, cuando se mamaban, uf, lo hacían de todas las maneras y en todos los sentidos. En la intimidad formaban esa cifra yinyan que siempre vale lo mismo se la lea boca arriba o boca abajo. Y en la taberna, pues más que pareja, formaban un vinomio. Veían la tele entrelazados en un solo regazo, una sola boca para las chuches y los refrescos, un solo jadeo para los zappings (jadeo que, cuando se reanudaba el anime, se volvía aliento sólido, como de jade).