"Oh, Waldo, mi sobrino favorito..."
Hará casi cincuenta años que no escribo carta con destino al 6 de enero. Ahora que entro en la segunda infancia sin abandonar la primera y saltándome esa cosa tan facha llamada juventud y esa otra tan putrefacta llamada madurez, es el momento de retomar la epístola de las ilusiones. Ilusiones pero menos: en su momento recibí el Citröen Tiburón Payá con mando a cordón (pero nunca el aeroplano a control remoto), un tren eléctrico con un 8 de vía similar al que se agencia el protagonista de LOS MILLONES de Santiago Lorenzo (pero nunca ese maquetón con paisajes suizos que llenaba todo un cuarto del aviador Ansaldo en su bungalow de Estepona), el Cheminova con el que guarreaba mis dedos de permanganato de potasa (pero nunca ese microscopio con que el empollón Aragoncillo y yo soñábamos en el internado de Carranque)... y así todo.
Ahora, ya sabiendo cómo va la cosa, por pedir que no quede y a ver, a la baja, qué me deparan Sus Majestades. Ahí va mi lista:
Un color de piel en el que zambullirme y aprender a nadar
Un coche a mi medida
(con choferesa incluida, discreta y comedida,
para evitar abruptos desenlaces
como el que aquí se nos muestra)
Un aliciente para no volver a levantarme nunca jamás de la cama
(como aquel mítico señor Briones que tanto envidiaba de pequeño)
Un perro que me comprenda
Y nada más.
No creo que sea mucho pedir.