lunes, 26 de enero de 2009

DOS MUERTES TRAGICAS




LASSALLE Y RATHENAU

Murieron prematuramente y de forma violenta. De haber seguido ambos más tiempo sobre el planeta es muy probable que no hubiesen prosperado ni el sionismo ni el nazismo ni se habría llegado a la II Guerra Mundial y, con ella, a la metástasis usaca. La ilusión de un Imperio Social Europeo con un pie en la arcádica utopía gibelina y otro en la no menor (aunque futurista) utopía tecnócrata, con algo (mucho) del Imperio soñado por Jünger, habría estado más cerca de encarnarse si estos hombres hubiesen tenido más margen de tiempo para desarrollar sus intuiciones.

Ahora que está de moda rasgarse las vestiduras por los asesinatos (mucho más banales en cuanto a consecuencias –puesto que, cuando tales asesinatos se produjeron, ya estaba to el pescao vendío-) de Lincoln (recién acabada una guerra cocinada por él –en la que los negros fueron más excusa librecambista para una OPA hostil a la Confederación que auténtico objetivo ético-) y de JFK (recién firmado el inicio de una guerra tan atroz en su desarrollo –y tan inútil para el instigador, a la larga- como la que Israel lleva librando contra los palestinos desde décadas), convendría ucronizar un poco en torno a cómo habrían podido ser las cosas si Bismarck y Lassalle hubiesen llegado a una entente o si Rathenau hubiese tomado a comienzos de los años 20 las riendas de la flamante Alemania republicana estrechando lazos eurasiáticos con la no menos flamante URSS en una simbiosis anticipatoria de la muy posterior doctrina china de “1 bloque (geo)político, 2 sistemas económicos” o del equilibrio de poderes iniciado por Nixon con Breznev y Mao y abortado por el expansionismo reaganiano y el liquidacionismo perestroiko (cuyos indeseables efectos secundarios a escala global nos han llevado al actual crack y caos político/económico –hoy resulta más irónica que nunca aquella expresión usada por el primer Bush de “NUEVO ORDEN MUNDIAL”-).


http://www.marxists.org/reference/archive/bernstein/works/1893/lassalle/index.htm

http://www.marxists.org/archive/riazanov/1928/07/lassalle.htm

http://www.gutenberg.org/files/21413/21413-h/21413-h.htm

http://www.gutenberg.org/files/20936/20936-h/20936-h.htm

Y, como dije en un comment vinculado a la entrada anterior, solamente puede haber expectativas de Paz como algo dinámico y fecundo (no la paz del nido del cuco –que ya vivimos en España plenamente desde hace casi un lustro, tutelados por la sonrisa babeante de ZP y la estolidez cacatuesca de su vicaria, educando a la ciudadanía todavía tierna en la épica tarea de volverse hatajo de émulos del apático Philip J. Fry con la vaga ilusión de chapurrear andrajos de sus tediosas vidas en algún sórdido club de la comedia o de colarse en la plantilla de una futura reestructuración de CQC, o de florecer en ramillete de mariconcetes bufos como surgidos del cráneo de Alonso Millán y deseosos de ser reclutados para cualquier espacio de telebasura chismosa y petarda, o de devenir en caterva de nínfulas con vocación quasi uterina de starlettes putañeras- ni la paz del día después de Armageddon –que la humanosfera vive a crecientes e incómodos plazos gracias al ya mentado Desorden Mundial que se estrenó a partir del 89-), si quienes nos gobiernan nos llevan a todos (como país) en su corazón, A T-O-D-O-S, no sólo a la secta dogmática, a la camarilla de amiguetes o al clan mafioso de apandadores. Lassalle y Rathenau iban por ese camino. Ojalá los años por venir nos deparen a alguien por el estilo. Y, si no, lo dicho en la anterior entrada: habrá guerra, guerra continua, más caliente que fría, pero ¡¡¡¡¡mejor la guerra que el pabellón de reposo!!!!!

«La paz justa se señalará por dar cumplimiento al sentido de nuestro tiempo. Habrá de realizar ese sentido en lo político, en lo espiritual, en lo cultural –y da lo mismo que sea éste o que sea aquél el grupo de potencias que salga vencedor de la contienda, como da lo mismo que ésta se libre hasta el final o que el genio diplomático sepa ahorrar a los pueblos ciertas partes del todo.
Pero es mejor luchar más tiempo, sufrir más tiempo, que regresar al mundo viejo. Que se derrumben las ciudades si en ellas no son posibles el derecho y la libertad, que se desplomen las catedrales si en ellas no son posibles los oficios divinos. La paz sólo será deseable si en ella se conjunta todo lo que aún continúa teniendo dignidad y rango humanos.»
(ERNST JÜNGER)

lunes, 19 de enero de 2009

AMOR, AMORK, AMOK




En estos últimos años, primeros del nuevo milenio (a partir de que Sharon, con su energuménica presidencia –¿dije energuménica?... perdón, quise decir expeditiva, según el libro de estilo de eufemismos obligados si se ¿critica? a Israel desde una perspectiva... democrática, liberalprogresista, ajena en lo absoluto a la acusación nefanda de yihadismo o, ¡más nefanda aún!, de antisemitismo-, dio otra vuelta de tuerca al destino manifiesto israelí, día a día más indisimuladamente vindicador de la anhelada solución final), he descubierto (como Peter Finch en NETWORK con el asunto de las corporaciones tras su charleta/trance con el megaboss de la cadena) mi amor por Israel.

Amo a Israel, en primer lugar, por hacer lo que hace (y por hacerlo P-O-R-Q-U-E P-U-E-D-E –la única frase con enjundia de aquel film truculento y pseudomoralista, ASESINATO EN 8 MM-, con el amplio margen de impunidad que le da el mundo calificado como democrático, donde una crítica a Israel no pasa de reprimenda, pues no se puede criticar más allá de lo eufemístico a quien, tanto ética como económica como políticamente, te tiene cogido por los cataplines y demuestra a cada momento ser objetivamente –esa objetividad darwiniana/schmittiana que implica la base misma del poder- más fuerte y motivado que cualquier otra entidad occidental –un buen amigo mío, tras una semana transcurrida entre Jerusalén y Tel Aviv allá por junio del 2008, me hizo partícipe de esa paradójica mezcla de admiración y repulsa que le produjo lo que vio durante su breve estancia, admiración y repulsa que nos retrotrae directamente al Drieu de paso por Alemania en los años 30, a Sartre en sus sadomasoquistas relaciones con la URSS o a las contradictorias impresiones que llevarían a Ayn Rand a hacerse ciudadana usaca a la vez que una de sus más encarnizadas críticas, admiración y repulsa que sólo pueden inspirar países superpoderosos, en perenne movilización y crecimiento, concitadores de fuertes emociones a favor o en contra, inasequibles al desprecio/tedio de quien los visita).

Amo a Israel por, como ya dije, ejercer su destino manifiesto sin recato (el recato es la auténtica obscenidad –si se ha de matar, de humillar, de esclavizar, hágase mejor a la luz del día, pasando cada vez más de coartadas, a la rhodesiana, siguiendo el troquel de Josué y otros caudillos hebreos en las gestas más hemoglobínicamente gloriosas de la epopeya veterotestamentaria-) validando tacita a tacita para la gran masa silente (ciberalienada en sus pedorretas de SMS –con eso ya ¿cumplen? su tarea crítica: pero tal vez, en un plazo no muy largo, su rabia vaya a más y, por tanto, a mejor-) las denuncias de una Simone Weil o de un Roger Garaudy (denuncias siempre asordinadas, siempre discutidas, siempre minusvaloradas frente al clamoroso, decibélico estruendo del chantaje victimista –gracias, por supuesto, a la inestimable ayuda boomerang de los delirios supremacistas blancos y de las devociones descerebradas al tío Adolf, padrino oficioso pero indiscutible del estado de Israel, tanto por los oscuros affairs entre nazismo y sionismo en vida del régimen pardo como por la maquiavélica utilización en los años posteriores de la memoria del Holocausto-como-deuda-impagable que unciría a Occidente de manera irreversible a los intereses de la nueva entidad colonialista en Palestina-) o la performance (siniestra e indignante en la forma, desde una perspectiva meramente emocional, pero profundamente moral en sus motivaciones últimas) de Jacques Vergés asumiendo la defensa de Klaus Barbie (no hace mucho, se estrenó un documental sobre este controvertido sujeto –no lo he visto aún, aunque recientemente un antiguo seguidor corazonesco reapareció tras una década larga de desconexión sólo para recomendármelo por considerar que, en el film, el carisma y razones del monstruo superan y anulan la moralina condenatoria, cada vez más desprovista de autoridad por los acontecimientos, propiciada por sus realizadores-).

Amo a Israel por ganarse, con cada nuevo bombardeo y masacre colateral, a esas ovejas perdidas por exceso de ambición terrenal (al protagonista de EL CREYENTE -la única historia sobre cabezas rapadas que raya en lo profundo y trasciende el panfleto conformista- o al venerable y oscuro Jacob Frank –profeta dieciochesco del impulso sionista como pesadilla capaz de asimilar y superar a sus verdugos: algo frecuente, ya lo dijo SW, en la longeva y variable renta histórica de Israel-).

Amo a Israel por acercar (como sólo habría sido posible en los mágicos y luciféricos 70) al palestino de a pie con el occidental de a pie (todos unidos por la misma crispación visceral, más que contra Israel, contra quienes permiten a Israel actuar con tal impunidad: hela ahí la razón supina de que las acciones con la firma Al Qaeda, coherentes con su aspiración maximalista a foco alamútico planetario, vayan dirigidas a países cómplices de Israel y no a éste directamente). Claro que ha de entenderse quiénes son los occidentales de a pie: no los sobornados (ya sabéis, los adeptos al ya mentado libro de estilo), no los colabos (amo a Albiac por escribir sobre el conflicto de Oriente Próximo con el mismo entusiasmo colaboracionista con que lo hacía su quasi consonante Brasillach en JE SUIS PARTOUT sobre realidades de poder y humillación no muy diversas), no los pacifistas (oh, el pacifismo de los 30, tan condenado por la izquierda blandiboba que jamás pensará tomar con Israel las medidas que DEMOCRATAS-QUE-TE-CAGAS como Clinton, Solana o aquel ministro alemán de los ecopacifistas Grünnen tomaron con Serbia en la primavera del 99 con el aplauso de la quintaesencia pacifista y libertaria del mundo, o sea, Pannella y sus pagliacci del Partito Radicale –y ya no digamos, repetir la coalición militar iniciada en el 39 contra el hitlerismo por un quítame allá Polonia cuando habían tragado previamente, en reflejo hoy tan vigente de negociar, lamentarse y marear la perdiz, con Checoslovaquia y Austria-), no los escapistas (“mientras yo mantenga mi cabalgata en Chueca, mis homobodas, mis guarreridas satiríacas, mis erudiciones pajeras sobre toda clase de bagatelas psicotrónicas en los blogs, mis trolleces en SMS, mis adicciones al fulbol, la telebasura y las matrimoniadas de Tele 5, que arda el mundo, que me la pela”)...

Amo a Israel SOBRE TODO (¡Sharon, bendito seas!) por (repitiendo -con alucinada identificación supremacista- los errores de Hitler sobre los infrahombres eslavos tras la invasión de la URSS), educar a sangre y fuego a los palestinos en la no claudicación, en la no petainización, en no seguir la vía de la despótica y cobarde (perdón, pragmática y realista, según el libro de estilo) camarilla egipcia, en no sentirse cómodos como títeres del ocupante, en preferir el rigor de Numancia al envenenado y cutre confort de un bantustan.

Amo a Israel por ser (una vez más, como tantas otras en su interminable y rollercoasteriana saga de variable renta histórica) lo que es: el principal enemigo de sí mismo, el mejor y más definitivo de los revisionistas (al ensuciar y relativizar, con sus excesos predadores en las épocas de apogeo, los sufrimientos habidos en las épocas de cautiverio y holocausto).

Amo a Israel por ser, en resumen y ni más ni menos, más descarnada y radiográficamente que cualquier otra, despojándose voluntariamente (por pura y ciega prepotencia terminal) de todo su guardarropa virtual de espejismos morales y coartadas victimistas, UNA DEMOCRACIA. Lo es desde aquella frase, quintaesencia del destino manifiesto asumido en asamblea enfervorizada: “caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.

Amo. Amo a Israel como lo haría Sorel, como lo hizo mi amigo aquella semana del 2008, desde la ironía y desde la empatía, desde la admiración y desde la repulsa, desde mi respeto a todos los extremos y mi repugnancia por todas las tibiezas, las abulias, los pensamientos débiles, lo light, las zonas grises, la conformidad con el mal menor (que siempre acaba por ser el peor: sólo tras el predominio de éste puede atisbarse la sombra de la extinción).
Estoy lleno de amor, amork, amok (con K).




BENDITA SINCRONICIDAD (UNA VEZ MAS, JUNG EX MACHINA JUEGA CONMIGO) // Tras haber dejado reposar este texto y salir un rato a orearme, a la altura de Cuzco, justo subiendo las escaleras del Metro, en un anuncio de rebajas protagonizado por Patricia Conde me topé con la ahora mismo frecuente pintada subterránea “ISRAEL GENOCIDA” dispuesta de un modo especialmente malicioso: las dos palabras flanqueaban, por arriba y por abajo, un fragmento del cartel escrito en tipografía pseudomanuscrita de tal modo que, con bastante tino por parte del grafitero, se acababa leyendo como obra de la misma mano “ISRAEL ¡POR FIN! GENOCIDA”. La verdad, desde aquellas pintadas lisboetas que tanto me fascinaron por su enjundia la pasada primavera, no había vuelto a disfrutar del arte callejero con veleidades pensantes (esa avis tan rara en un mundo donde el ingenio se considera poco menos que desestabilizador y sólo se recompensa la estupidez y el lugar común).

viernes, 16 de enero de 2009

APPLE GATE


(continuación de la serie iniciada en EL PUNTO Z)


Sssssshhhh.... calabacita.






ilustración: THE LEFT HAND